lunes, 26 de febrero de 2018

Sobre la libertad de expresión


En la entrada de hoy me voy a permitir salirme  hasta cierto punto de la temática de este blog para hacer una reflexión sobre un tema que se repite cada poco tiempo en los medios de comunicación.

En este país nuestro tan polarizado, donde para casi cualquier tema existen dos opiniones diametralmente opuestas (¿Izquierda o derecha? ¿Unidad o independencia? ¿Barça o Madrid? ¿Nocilla o Nutella?), hay un argumento que sin embargo a todos nos encanta utilizar cuando se trata de defender nuestra visión sobre el asunto que sea: la libertad de expresión.

Cuando algunas personas defienden, por ejemplo, el derecho de Bertín Osborne y Arévalo a hacer chistes de mariquitas, se amparan en la libertad de expresión. Cuando otros defienden al rapero Valtonyc y sus letras, sacan a relucir la libertad de expresión. Al final la hemos convertido en el comodín por antonomasia, en la tarjeta de "Sal de la prisión" (nunca mejor dicho) del Monopoly que vale igual para un roto que para un descosido. ¿Qué es ese concepto tan elástico que puede ser utilizado pro todo el mundo y es siempre tan efectivo?

Pienso que tenemos dos problemas básicos. El primero es que hemos malinterpretado lo que significa esa expresión, y en muchas ocasiones la estamos convirtiendo en una versión adulterada de lo que verdadaderamente es. El segundo problema es que parece que hemos olvidado que las opiniones pueden ser un continuo con varios grados y matices, y no solo dos extremos totalmente opuestos.

Punto número uno: la idea de que "libertad de expresión" significa "decir cualquier cosa es válido". Protesto. No lo es. Una cosa es la crítica constructiva, o la crítica a secas: hablar de una figura política y decir por qué crees que se equivoca. Hablar de la realeza y opinar que no son necesarios. Exponer por qué deseas que Cataluña se separe. Exponer por qué deseas que Cataluña no se separe. Desear que un grupo terrorista mate a quien sea. ¡Ups! Error. Esto último no es libertad de expresión. No, la libertad de expresión no incluye desearle la muerte violenta a un personaje público, y menos aún haciendo uso de un grupo terrorista que ha matado a decenas de personas de todos los bandos y colores, políticos y no políticos, gente que se había puesto voluntariamente en el punto de mira y gente que simplemente pasaba por allí en el momento equivocado. Efectivamente, usar como arma lírica el nombre de ETA me parece de una bajeza lamentable. Y si crees que exagero, haz un sencillo ejercicio: sustituye a Valtonyc por Trump, y, en la letra de alguna de sus canciones, imagina que en vez de al rey o al político que sea, expresa el deseo de que maten a todos los homosexuales de España. Sigue siendo solo una canción, y las canciones no matan a nadie. Pero, ¿te sigue pareciendo inocua? ¿Sigues pensando que esto es "libertad de expresión"?

Y es que, en las secciones de comentarios de los periódicos online y en las tertulias televisivas, a poco que el medio o el tertuliano sea un tanto de derechas, prolifera un argumento muy recurrente: "¡Cuando alguien hace un comentario homófobo, tránsfobo o machista, los otros se echan encima! ¿Es que no tenemos todos derecho a la libertad de expresión?", exclaman algunos. Error otra vez. Promover el odio a un colectivo social por motivos de género, etnia, orientación sexual y demás, no es tampoco libertad de expresión. 

Y con esto enlazo con el punto número dos. Esta polarización a la que me refería al principio de la entrada, nos ha llevado a que en cuanto surge un debate de este tipo, en seguida nos lanzamos a condenar por completo al autor de la frase polémica de turno, o bien, según nuestra ideología, a absolverle por completo. O bien el sujeto es un monstruo que merece la silla eléctrica, o bien un luchador por la libertad. Y cada vez queda menos hueco para el pensamiento crítico un poco más matizado, y para los grados. En el caso del rapero Valtonyc, opino que una pena de prisión además de exagerada, es inservible. Tampoco enviaría a la cárcel a Arévalo y a Osborne si contaran uno de sus chistes de mariquitas otra vez (y a este tema ya le dedicaré una próxima entrada). ¿Pero una multa? ¿Un trabajo comunitario en contacto con personas que, para seguir con los ejemplos que he puesto, hayan sido víctimas directas del terrorismo o de la homofobia? Sí, sin ninguna duda.

Pero tampoco me parece aceptable convertirles en estandarte de la libertad de expresión, y fingir que lo que dicen no hace daño sólo porque los objetivos que ambos se han fijado para sus ataques verbales están acordes con nuestras creencias. La Justicia de un país, finalmente, nunca es 100% objetiva, porque aquellos que la aplican son personas, y como tal, a diferencia de la estatua que les representa, no llevan ninguna venda en los ojos, al menos físicamente, y todas sus decisiones vienen tamizadas por su ideología. En el clima actual de tensión, empieza a parecer que ciertos temas ya no sólo no pueden ser discutidos, sino ni siquiera mencionados, por miedo a represalias que parecen más condicionadas por la ideología que por el "crimen" cometido. Por eso creo que necesitamos pararnos un poco y alejarnos para coger perspectiva.

Y así ver que ser críticos es necesario. Es necesario que los ciudadanos de un país puedan expresar libremente sus puntos de vista. Es imprescindible poder criticar a quien sea, sea cual sea la altura de su cargo político o lo azulada que sea su sangre. Un país que no puede criticar a sus mandatarios es una dictadura, y no queremos eso. Pero ser críticos no quiere decir ser destructivos. Ni desear la muerte a quien no nos gusta. Ni hablar de grupos terroristas como herramientas útiles para despachar a quien nos desagrada. Afila tu ingenio, y úsalo no para desear muerte y destrucción, sino para expresar los cambios que crees necesarios para hacer un mundo mejor. Y afila también tu corazón, y hazte más capaz de empatizar y entender por qué tus palabras pueden hacer daño aunque a ti te parezcan "bromas".

Y dejemos de intentar convertir la libertad de expresión en lo que no es.