jueves, 10 de abril de 2014

Guillaume y los chicos, ¡a la mesa! (2013), o cómo definirse a uno mismo

Guillaume Gallienne nos presenta, en esta curiosa mezcla de drama y comedia biográfica de origen teatral, un puñado de situaciones e ideas que, por curioso que parezca, son bastante inéditas o como mínimo infrecuentes en el mundo del cine de temática LGTB. Si no has visto la peli todavía, y te la recomiendo, ten cuidado porque a continuación vienen SPOILERS:

Cuando un director se enfrenta a la idea introducir elementos LGTB en su película, ya sea de manera accesoria o como parte del tema central, existen cientos de maneras de hacerlo, y en líneas muy generales se puede decir que la cosa ha ido por oleadas, como ya comentábamos hace un tiempo. Simplificando mucho, cuando comenzó a existir la amplitud de miras suficiente como para tratar estos temas, el tono era, podríamos decir que paternalista. Se trataba de echar un cable a un colectivo ignorado, temido y despreciado por muchos, y no, no hablo de los X-Men. Desde una perspectiva bieninitencionada y amable, empezaron a surgir personajes secundarios que, aunque eran gays o lesbianas, eran básicamente gente maja y servían de mejores amigos/as para el o la protagonista de la peli o serie en cuestión. Le daban consejitos, le ayudaban a arreglarse para esa cita, etc. Muy pronto llegarían también los personajes centrales que sufrían por la homofobia, el acoso escolar, el SIDA y demás situaciones dramáticas. El objetivo de estas películas era, simplificando mucho, dar pena al público heterosexual medio, y hacerle ver que los gays eran también personas y sufrían. Esta frase tan sonrojantemente obvia que acabo de teclear era sin embargo un paso previo para poder avanzar en la cuestión, y por ello sería injusto y facilón echar por tierra desde la perspectiva de hoy a películas como Philadelphia, que abrieron la brecha del cine comercial cuando la cosa era muy distinta a la situación de ahora.

Pasada esta fase de transmitir moralejas al espectador, se fue poco a poco ampliando el abanico de películas y series que no trataban de enviar ningún mensaje "solidario", sino que se limitaban a contar la peripecia personal de un protagonista cualquiera que entre otras cosas resultaba ser LGTB (principalmente G o L, siendo sinceros). Ya no se trataba de que te compadecieras de nadie ni de que te rieras con las gracias de Stefano, el peluquero de confianza de Jennifer: se trataba de ver si Johnny conseguía acabar con Derek y ser felices y comer perdices. No está prohibido sacar el acoso, la homofobia o el SIDA, como elementos del guión, pero ya no es de recibo que ese sea el problema central de la trama (a menos que la trama se sitúe en un entorno más atrasado en este asuntos).

Y en este escenario en el que ya vamos teniendo pelis y series de este estilo (lo único que nos falta ahora es que lleguen de verdad al gran público y no se queden en el gueto de los festivales y los cines alternativos), era posible por fin que apareciera una peli como Guillaume y los chicos.

Porque, en el caso de Guillaume Gallienne, la situación era completamente la inversa: después de toda una vida siendo etiquetado automáticamente de mariquita/homosexual/maricón (cada uno le plantaba un adjetivo según su grado de amplitud de miras), el gran descubrimiento es que él era heterosexual, y fue el molde que la sociedad quiso crear para él lo que le estaba defininiendo.

La originalidad del planteamiento, que en defintiva no es más que la experiencia real de Gallienne dramatizada, abre la caja de Pandora sobre un tema que no es tratado a menudo desde este punto de vista. Es innegable que una parte crucial del desarrollo de la propia personalidad se lleva a cabo gracias a la mirada de los demás, a aquello que, igual que un espejo, nos devuelven cuando nos enfrentamos a ellos.

Guillaume era un "mariquita" de libro: amanerado, amante de la ropa de chica, admirador de Sissi en particular y las mujeres en general, sensible. La peli incluye incluso la clásica escena en que el padre, horrorizado, le pilla vestido de chica.

El recorrido de Guillaume hasta llegar a su salida del armario inversa es complicado y espinoso, e incluye varios amores desengañados, muchas burlas y amenazas, y alguna visita a la discoteca con resultados inquietantes o simplemente desagradables. La película finalmente va por otros derroteros, pero me parece interesante resaltar las aventuras de Guillaume por el mundo de una discoteca de ambiente.

Así como en aquellas películas y series buenrolleras que mencionaba antes se solían presentar los bares de ambiente como lugares coloridos y llenos de sonrisas, la película deja muy claro que para Guillaume, este es un mundo completamente alienígena y un tanto inquietante. Él, que viene de una sociedad de gente pijilla, elegante y correcta, de repente se ve sumergido en un submundo de pectorales marcados y ropa ceñida, miradas frías y arrogantes, música techno y ligues que le tratan como un objeto. Finalmente Guillaume no era gay y este no era su mundo, pero la pregunta que queda en el aire, es ¿y si no hubiera sido heterosexual, habría encajado en este sitio? ¿Hay algún gen asociado a la homosexualidad que garantice un determinado físico y un determinado tipo de bares o discotecas? No, la peli no responde a esto. Otra vez será.

Narrada con un cariño y una generosidad por su familia y su entorno palpables (el actor pefectamente podría haber quedado lleno de rencor hacia su familia y hacia la sociedad por todo todo lo que le hicieron pasar), la película en cambio hace una reflexión sobre la dificultad de encontrarse y escucharse a uno mismo entre el barullo de los que desde el principio ya te han etiquetado y han elegido por ti lo que puedes ser. A mayor o menor escala, todos nos enfrentamos a esto en nuestro día a día: esto no te pega, cómo vas a hacer tú eso, no pareces tú. Es inevitable que el entorno te vaya conformando y definiendo.
Pero, en última instancia, tu identidad está en tus manos.